5 may 2010

Cuando los pejotas se van de jornadas: una aventura para Las Penejotas, el juego de rol

Nuestras queridas penejotas,

Ocurrirá frecuentemente, sobre todo cuando se aproxima el buen tiempo, que vuestros pejotas, equipados con las camisetas más frikis que tengan y un par de mudas de ropa interior, partan ilusionados hacia lo que se viene denominando jornadas (de las que ya hablaremos más extensamente) a reunirse con un montón de iguales a jugar a rol, hablar de rol y comprar rol.

Ante tal perspectiva de diversión sin par durante todo un fin de semana, muchas os decidiréis por acompañarles (¡suerte amigas!), así que es para el resto, las que preferís quedaros en casa, para quienes hemos diseñado esta aventura, que empieza cuando la penejota se despide de su correspondiente pejota.

Al principio las expectativas de la penejota tienen que ser muy altas, hay que dejar que se confíe: un sábado sin sesión de mal cine de ciencia ficción, un domingo sin el salón invadido por los jugadores de la partida de turno, el ordenador por fin disponible... En definitiva, permite que se acomode a su extraordinaria situación y se familiarice con sus habilidades y dones (que son muchos, por cierto...)

Sin embargo, el segundo día de soledad, cuando la penejota esté en su apogeo definitivo, deben empezar los problemas. Plantéale un reto aparentemente sencillo, algo rutinario: limpiar la casa, como haría cada fin de semana. Puedes sugerir que ponga la música a todo volumen mientras tanto y tal vez la penejota termine bailando con la aspiradora y cantando con el palo de la fregona. Eso quedará a su elección, pero debes premiar cualquier buena interpretación por su parte. Cabe la posibildad de que decida dejar una habitación sin hacer y la reserve, tal cual la dejó, a su pejota. ¡Bravo por ella!

Cuando llegue la hora de hacer el baño y esté centrada en el lavabo pídele que haga una tirada de Familiaridad con los ruidos de la casa. Si no la saca, se dará cuenta cuando el daño sea más grande, pero si la saca, se volverá hacia la bañera alertada por un borboteo para descubrir con horror como el agua que cae por el sumidero del lavabo vuelve a salir por el sumidero de la bañera con un color sospechoso. Todas las comprobaciones que haga por encima sólo le servirán para cerciorarse de que efectivamente, esas tuberías están extrañamente conectadas y además se han aliado contra ella.

Es el momento de equiparla. Indícale que cuenta con un desatascador estándar, de esos que hacen ventosa de toda la vida (nada legendario) y con un cable o vía que alguna vez se ha utilizado para desatascar el fregadero.

Sobra añadir que esta penejota pregenerada no cuenta con puntos en la habilidad Fontanería.

Pues bien, si prueba con el desatascador, no conseguirá más que ir oscureciendo el agua que sale por la bañera, y la vía, por desgracia, no cabe por ninguno de los dos sumideros.

Si a ella no se le ocurre, siempre puedes, como buena directora de juego y todopoderosa que eres, colar en este momento exacto una oportuna llamada del pejota (que, aclaremos, tampoco es fontanero precisamente).

Al ponerle al día de la situación, pide de nuevo que haga una tirada, esta vez de Obviedades. El pejota puede contestar (siempre con el barullo de las jornadas de fondo): dale con el desatascador y/o tienes que abrir la trampilla redonda que hay en el suelo del baño con un destornillador y meter por ahí la vía y terminar con un: déjalo, ya lo miro yo cuando vuelva. Esta última frase herirá en lo más profundo el orgullo de la penejota, así que ponla delante de la caja de herramientas.

No le facilites la búsqueda del destornillador adecuado. Deja que se pregunte una y mil veces por qué no se ha inventado uno universal y que si está inventado ¿por qué no lo tienen en casa? Complícale un poco más las cosas evitando que encuentre uno perfecto y sí deja que de con uno que se aproxime.

Cuando se enfrente a la trampilla citada (o sifón, para entendidos) dará igual en qué sentido gire el tornillo: está pasado de rosca. Tras varias vueltas a derecha y a izquierda, plantéale una sencilla tirada de Intuición femenina: la tapa de la trampilla está suelta. Tal vez si una el destornillador como palanca y arranca la tapa en lugar de desatornillarla, la abrirá definitivamente. Al abrirla, la tapa dejará al descubierto un agujero lleno de agua negra, pero negra, negra. Seguro que no hay en todo Mordor un lago con una agua así.

Ha llegado el momento de meter la mano, sin guantes claro, porque no los tiene en el equipo, y comprobar donde estás las salidas de las tuberías por las que hay que introducir la vía. Palpando encontrará 4 agujeros, de los cuales, tiene que usar solo 2, pero eso ella no lo sabe. Describe en este momento el tacto de algo asqueroso y viscoso, tipo sudor de Alien.

Justo mientras tiene el brazo metido hasta el codo en ese nauseabundo líquido digno del triturador de basura de la estrella de la muerte, de pronto, haz que suene el telefonillo o el timbre de casa, y no una vez, sino varias, como si fuera algo urgente. Si la penejota decide atenderlo, además de dejar un buen reguero de mierda por la casa que acaba de limpiar, descubrirá con disgusto que quien llama es un cartero comercial.


Todo pejota tiene un amigo manitas y será él quien llame al rato para prestar su ayuda y sus vastos conocimientos: Compra un desatascador líquido de color rosa, !que puede con todo! La aventura podría terminar aquí, sin embargo, cuando la penejota se decida por acudir a comprar tal maravilloso y mágico remedio, seguramente destilado por arcanos alquimistas, recuérdale que es festivo y está todo cerrado.




Descubiertos los agujeros hay que meter la vía a ciegas: harto complicado. Habrá agujeros en los que la vía llegue más lejos y otros en los que la vía tope con algo (o empiece a dar vueltas sobre si misma, ¡todo puede ocurrir en el subsuelo!)

Vía para delante, vía para atrás, será cosa del azar tras una tirada de Paciencia, que quede perfectamente desatascado o que la penejota se conforme con que el agua del sumidero sube un poco, pero no llega a salir a borbotones como al principio ¡y eso ya es mucho!
Al llegar la hora de volver a poner la trampilla, está no cerrará, por supuesto. Si a la penejota se le ocurre ponerla de forma que apenas se note que está abierta y además plantarle encima una esterilla para disimular, prémiala con un estupendo resto de fin de semana, tranquilo y sin sobresaltos.

La aventura terminará cuando el pejota entre por la puerta y se produzca la siguiente conversación entre él y nuestra querida penejota (que aún conserva ronchones negros en los brazos ¡después de haberse duchado dos veces!):

- ¡Ya estoy en casa!
- ¿Qué tal las jornadas, rey?
- Bien, aunque no hemos jugado a rol
- ¿No? Pues haberte quedado ¡¡¡Porque yo sí!!!